El Gran Ritual
Los días transcurren uno tras otro lentamente. El difícil paso montañoso hace que la caravana se retrase y tarde aún más en cruzar las montañas. El cielo límpido, cual una maldición, no provee ninguna cobertura y no son pocos los que han sufrido el calor extremo y desfallecido allí mismo en pleno desierto.
La Gran Marcha, como se la denominó por los viajeros luego de ser expulsados de sus hogares por sus propios hermanos, parece no tener fin. Muchos optaron por quedarse en la recién fundada Altaruk y ayudar allí en la edificación de la ciudad. Sin embargo el líder aún cree que deben adentrarse mucho más hacia el noreste para fundar la ciudad capital.
Al frente de todo, Allahed ordena un alto. Pronto caerá la noche y habrá que preparar el campamento. Las hienas y otras bestias peligrosas abundan por la región, por lo que seguramente será necesario montar una fuerte guardia. El peligro latente de los igneos aún se mantiene, sin embargo dado que ya no son capaces de realizar magia no serán oponentes tan peligrosos como supieron serlo tiempo atrás.
Allahed se hunde en sus pensamientos mientras despuntan las primeras estrellas. Han pasado cuatro meses desde que fueran expulsados de Syrtis. Ha guiado a su pueblo al noreste, hacia las que fueran tierras de los igneos, bajo el designio de los dioses quienes han definido aquellos territorios como la tierra prometida.
Ha sido duro. Ya de por si haber sido expulsados por sus propios parientes luego de haberlos salvado de la aniquilación fue un duro golpe para todos, y si bien el desierto es hermoso, a muchos aún les queda la añoranza de las verdes praderas y el suave murmullo de las hojas en el bosque.
Una chispa recorre los ojos de Allahed y su semblante se ensombrece mientras la imagen de quien fuera el artífice de aquel destierro aparece en su mente. Lemorel, su propio hermano, fue el perpetrador de aquel siniestro plan.
Mientras cavila sobre aquello, una suave mano se posa sobre su hombro y Allahed alza los ojos.
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¿En qué piensas? – susurra con suave voz una joven elfa de albos cabellos.
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Azzaria, lo siento, estaba… recordando…
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¿Te molesta si me siento a tu lado?
Allahed niega con la cabeza y ella se sienta junto a él sobre la arena. Una fuerte brisa recorre el campamento, precediendo lo que será muy posiblemente una de aquellas formidables tormentas de arena con las que han de lidiar a diario.
Allahed observa a su compañera. Azzaria es la más poderosa sacerdotisa que jamás ha conocido, y quien obró aquel poderoso sortilegio que salvó a Syrtis de la catástrofe.
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¿Sigues pensando en lo que pasó con Lemorel? – pregunta ella, sin mirarlo siquiera y con su vista aún fija en las estrellas.
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Sabes, a veces creo que tendríamos que haberlos enfrentado cuando nos expulsaron de allí. Y no soy el único que piensa de esa manera.
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Hmm, lo sé Allahed. Pero no hubiese sido el camino correcto, alzar nuestros conjuros allí sobre ellos no hubiese hecho otra cosa que desencadenar una matanza contra nuestra propia sangre.
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De todas maneras no se quedará así, el pueblo está furioso, se puede observar en sus rostros, en sus gestos, en sus comentarios. Odian Syrtis. Creo que una vez que nos hayamos asentado definitivamente tratarán de recuperar lo que fue suyo, y lo harán con sangre y acero.
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Coincido mi amigo. Pero si esa es la voluntad de los dioses, ¿Quiénes somos nosotros para oponernos? Tú fuiste elegido para guiar este pueblo a la tierra prometida. Yo fui escogida para salvarnos del embate de los igneos. Pero una vez que hayamos cumplido la tarea, otros habrán de seguir la voluntad de los dioses.
Luego de aquello ambos guardan silencio. Se oye más que nada los esfuerzos de los viajeros por terminar de armar sus tiendas antes que caiga más la noche. La luz de las antorchas y de los báculos disipa la oscuridad y aleja a las bestias salvajes.
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He estado tratando de comprender las señales de Sheaneth, la diosa pantera, sobre si obramos bien cuando derrotamos a los igneos, pero no he encontrado la respuesta.
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¿A qué te refieres? Fuiste tú misma quien obró ese sortilegio.
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Si, El Gran Ritual. Pero ahora pienso, ¿habrá sido lo correcto sumir a un pueblo entero en la locura sólo para salvar el nuestro?
Allahed guarda silencio ahora. Los igneos eran sus enemigos. Fueron ellos quienes atacaron el Reino de Syrtis y quebraron la muralla, adentrándose en los territorios interiores. Nunca un enemigo había hollado siquiera la ciudad de Raeraia, pero ellos con sus poderosos conjuros malignos devastaron gran parte del reino.
Los elfos no podían combatirlos en igualdad. La magia negativa era sumamente poderosa, y la magia blanca de los sanadores no daba abasto. Fue por eso que algunos elfos comenzaron a investigar esta magia negra durante el mismo conflicto.
Siendo los elfos naturalmente duchos para la magia, no tardaron demasiado en poder utilizar conjuros de este tipo y allí la batalla empezó a tomar un equilibrio y al poco tiempo se tornó a favor de Syrtis, desplazando el combate al mismo desierto.
No obstante la batalla se desequilibró nuevamente cuando el capitán de los igneos, un ser llamado Daen Rha asumió el mando de la batalla. Su magia era demasiado poderosa y era capaz de convocar igneos muertos al propio campo de batalla.
Desesperados, los elfos se congregaron en Fisgael para definir algún tipo de ataque ante el enemigo. Allí fue Azzaria, la joven sacerdotisa, quien inesperadamente tomó el mando de la situación. Dirigiendo al resto de los elfos que habían optado por emplear esta magia oscura, ella obró un cántico poderoso, un sortilegio como ninguno otro se ha visto ni se verá jamás. No fueron pocos los elfos que sucumbieron ante el cúmulo del poder, congregado en la forma de una única persona.
Daen Rha junto a un ejército de igneos salió al encuentro de los elfos y se adentró al mismísimo círculo de magia en solitario. Allahed había estado allí y presenció como aquel poderoso monstruo confrontaba a la frágil Azzaria cara a cara. Sin amedrentarse, ella alzó su báculo y con él tocó la frente del ígneo.
Fue un momento clave. El día se tornó noche en aquel instante, una noche sin estrellas, sin luna, sin luz. La única luminiscencia en todo el territorio era la blanca y refulgente gema del báculo de Azzaria.
Como en un trance, la muchacha habló en un lenguaje ignoto con una voz extraña y poderosa. Y entonces los igneos convocados por Daen Rha comenzaron a elevarse al cielo para luego ser engullidos por la oscuridad misma.
Se dice que ochocientos ochenta y ocho almas fueron encerradas esa noche, capturadas por el Gran Ritual, como pago ante semejante poder.
Luego de aquello la magia estalló todo alrededor. Los elfos allí presentes sufrieron cambios en su fisionomía y su piel se tornó violácea. Por su parte los igneos que aún quedaban con vida en todo el territorio perdieron sus poderes mágicos y sufrieron una especie de rapto de locura. Desde entonces y hasta la actualidad han quedado desquiciados totalmente, reducida su poderosa civilización a la más pura barbarie.
Hubo uno, sin embargo, que no fue afectado. El propio Daen Rha no sufrió cambio alguno y fue el único ser que quedó de pie luego de que el Gran Ritual cobrara efecto. Viendo a su pueblo devastado y a la gran magia que aquellos elfos habían realizado, el general igneo huyó a sus tierras y se encerró en su templo para ya nunca salir.
Agotados, extenuados, pero rebosantes de magia y con la victoria en sus manos, los elfos “oscuros” retornaron a su hogar, a Syrtis, para narrar allí lo que había ocurrido. Sin embargo fueron detenidos en la Gran Muralla por su propia gente y al poco tiempo expulsados, destinados a vivir como parias.
Los nobles elfos del bosque no concebían como aquellos que fueran sus hermanos ahora fueran, a sus ojos, engendros de maldad, seres de un color de piel oscuro y mentes malignas que habían usado la magia negra para quebrar el equilibrio del mundo, y por eso los expulsaron.
Hay quien dice que los profetas de Syrtis habían previsto esto y por ello los expulsaron, pero eso ya es relato para otra historia.