Capítulo III
La Hora Del Pacto
Capítulo dedicado a Lloid, que es muy feo,
y a Gatebula, Alfpha Piscium y Ayax Satyros,
quienes no son tan feos.
-¡Apártate!-grita desesperado el arquero mientras tira del hombro de la bruja.
-¿Por qué? ¡Puedo dominar su voluntad y arrojarlo al suelo, así lo matarán de una vez!
-No, no podés. Miralo, no es consciente del daño que recibe, es un desquiciado. Ha viajado más allá de la locura, su demencia lo protege.
-Ni siquiera lleva armadura.
-Es un berserker, ya no quedan guerreros así. Si te acercás lo suficiente te matará de un solo golpe.
-¡Eso no es posible!
-Claro que sí. Lo conozco, lo vi en acción. Y dormí mejor todo este tiempo, desde que llegó a mis oídos la noticia de su muerte.
La bruja y el arquero ignita retroceden unos pasos mientras contemplan la terrorífica escena.
Los pocos syrtenses están dando una feroz resistencia. Apenas tienen dos conjuradores y aún así sólo uno de ellos ha caído. El mercado fue incendiado. Con la mitad de las fuerzas ignitas dentro.
Lobo ha estado todo el tiempo en el medio de ese infierno, no ha tomado ni un segundo de descanso. Mutila y asesina, se baña en la sangre enemiga. De tanto en tanto, quiebra los gritos con un aullido. Hiela la sangre de sus enemigos.
-No es precisamente más fuerte-dice el arquero ignita a la bruja-ni más rápido. No es más poderoso ni más afortunado. Sólo es más... letal. Y la verdad es que no hay un mantra secreto ni un rezo adecuado, no hay una verdadera clave para salir vivo en una batalla. Solo uno frente al universo. Y este tipo lleva demasiado tiempo luchando contra el mundo.
Corre directo a un tirador, patea su abdomen y quiebra sus brazos. No lo mata para economizar tiempo. Salta sobre un conjurador que se protege con un hechizo que da a su piel la resistencia del acero. Anhela su martillo, de tenerlo lo usaría para aplastar su mente y eliminar los conjuros positivos. Pero como no lo tiene, improvisa. Sus pulgares se hunden en las cuencas oculares del ignita. Los ojos no están recubiertos por piel. Y tardará en curarse. Sólo ahora se detiene a contemplar lo que ocurre alrededor. Están ganando. Ahora son más. De algún modo un pequeño puñado de syrtenses diezmó a la horda ignita, que los quintuplicaba en número.
Posa los ojos en el arquero y la bruja. Embiste, directo hacia ellos.
-Corre y avisa al resto del ejército. ¡Yo te conseguiré tiempo para huír!-exclama el arquero.
-¿Y qué les digo?
-Que Lobo, aquel llamado el maldito, está de vuelta. Y que nuestras fuerzas fueron destrozadas.
La bruja corre. El arquero dispara una flecha enredadora a los pies del bárbaro. Luego apunta a las piernas, intentando paralizarlo. Retrocede mientras ataca, ganando terreno. Entonces nota el cansancio del guerrero. Y cree que saldrá vivo.
Corre y se esconde tras un árbol cercano. Pretende camuflarse y huir sin que lo vea. Y podría haber funcionado.
Mientras trata de cubrirse, un tigre dientes de sable salta sobre él, arrojándolo al suelo. Cuando logra quitárselo, el bárbaro ya está sobre él. El arquero no soporta la mirada de su enemigo. Ve las llamas del infierno, que claman por su presencia. Ruega para que sea rápido.
Siente el frío metal atravesándole el pecho, pero no muere de inmediato.
Está consciente cuando el syrtense lo toma por la espalda y las piernas y lo eleva por sobre su cabeza, para luego estrellarle la columna contra su rodilla.
Está consciente cuando sus costillas son trituradas a golpes.
Está consciente cuando le hunde los ojos y cuando le arranca la mandíbula, cuando le corta la lengua y cuando rasga su garganta.
Está consciente cuando mete los dedos en la herida en el pecho y empuja hacia los lados, abriéndolo y dejando sus órganos al aire.
Ya ha muerto cuando le arranca el corazón y comienza a devorarlo, inclinado sobre su cadáver.
Los sobrevivientes se reúnen y contemplan al bárbaro con asco y estupefacción. Él se detiene, se yergue y arroja lo que queda de su cena al suelo.
-Una pelea como esta es buena para el alma-dice.
-Busquen agua, apaguen el mercado-ordena Remus, mientras se presiona las sienes con el pulgar y el anular.
Los mercaderes, los aldeanos y algunos soldados obedecen.
-Hay muchos heridos. Curalos-dice Lobo.
-¿Te has visto en un espejo? ¡Estás destruido! Mira tu pecho, tus piernas, tu rostro, tus brazos. Al menos treinta de esas heridas dejarán cicatriz. Es increíble que no estés muerto. No sé cuanta sangre has perdido.
-Puedo recuperarme por mi cuenta-dice muy por lo bajo el guerrero y comienza a caminar rumbo a una loma cercana.
Remus frunce el seño y recita un mandalah para acelerar la recuperación de su aliado.
Lobo se sienta para que sus heridas cierren más rápido.
-Ya podés salir, sé que estás ahí.
-Me descubriste, como siempre-dice el cazador, elevándose desde abajo de las marchitas hojas. A su lado, se para el tigre dientes de sable.
-Gracias por la ayuda. Hubiese escapado de no ser por vos, Lloid.
-Se escapó una bruja. Fue muy rápida para mí.
-¿Rápida? Entonces no era una maga.
-Sí lo era, Lobo. De todas formas, me alegra verte viejo amigo. Decían que estabas muerto.
-Lo imaginé.
-Fue una batalla dura.
-Sí, lo fue.
Durante un minuto permanecen en silencio. Luego el bárbaro se aburre.
-Hablá con libertad. Te conozco, sé que hay algo que querés decirme.
-Yo... bueno... tengo que mostrarte algo. No es muy lejos. Podemos ir ahora.
-Bien-dice el semi elfo mientras se incorpora.
A lo lejos, atendiendo a los heridos, Remus los observa. Duda, por primera vez, sobre su plan. Lobo sigue siendo tan letal como siempre. Pero ya no parece un guerrero utilizando su inteligencia para poner la situación a su favor. Ahora parece que el motivo del triunfo se encuentra en una furia sin precedentes. Y eso lo asusta.
***
En Dohsim, una pareja de elfos se entrevista con un alturian en el muelle.
-Está listo. El mago partió hace días a buscarlo. En este momento deben estar cerca de la muralla, si es que lo encontró, si es que sigue con vida.
-Está con vida-responde el viejo.
-¿Cómo lo sabe?
-Créanme, si estuviese muerto yo lo sabría.
-Bueno, entonces eso es todo-dice la elfa.
-No. La segunda parte del plan es llevarlo a Arvanna, al cementerio. El día de su arribo a este pueblo. Antes de la medianoche.
-Eso no es lo que acordamos.
-Tomen esto-dice y le extiende una bolsa mientras hace un gesto de disconformidad con la boca.
El elfo acepta el ofrecimiento y cuenta el contenido. Quinientas mil unidades de oro en lingotes.
-Esto no será suficiente. Hay viáticos que pagar.
El alturian refunfuña con desagrado y extiende una segunda bolsa.
-Si esto no alcanza...
El elfo cuenta nuevamente. Otras trescientas mil unidades.
-Bastará-dice ella, complacida.
-Ya saben lo que deben hacer. No me fallen. O vendré por ustedes.
El viejo les da la espalda y se aleja de un modo tan casual como irritante.
-Es mucho oro. Podremos irnos de acá con este dinero.
-Me da un mal presentimiento. Nadie dijo nada de verlo de nuevo. Lobo no perdona un agravio.
-Ya te quitó un ojo. No te atacará de nuevo.
-¿Estás segura?
-Por completo.
-No sé... esto es demasiado extraño. Y este tipo sigue sin dar explicaciones.
-No nos pagan para escuchar motivos, sino para realizar hechos. De eso se trata, ¿te acordás?
Él no responde. Pero no puede evitar que un escalofrío recorra inesperadamente su espalda.
***
Lobo se arrodilla frente a las tres lápidas, bajo la incansable luna que ilumina aquel oculto rincón del bosque.
-Pensé que alguien debía hacerlo-dice Lloid a sus espaldas.
-Gracias amigo.
-Tal como lo pediste antes de partir, con los epitafios que escribiste. Todo este tiempo lo mantuve tan oculto como pude.
-Es más de lo que me hubiese atrevido a pedir.
-Lo sé, pero como te dije, alguien debe hacerlo.
El bárbaro recorre con la mirada las tumbas y lee las palabras que pidió que grabaran sobre el frío mármol.
Acá yace Gatebula, cazadora de la república de Syrtis.
Las lágrimas más tristes son las que se derraman por las palabras que nunca fueron dichas.
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Acá yace Ayax Satyros, bárbaro de la república de Syrtis
Solo le pide a los dioses que tengan piedad del alma de este ateo.
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Acá yace Alfpha Piscium, conjurador de la república de Syrtis.
PAZ
(Sigue en el otro post)