Capítulo I
Cruz Y Ficción
Capítulo dedicado a Remus y a todo el clan
Fuego De Fénix (sí, a Lokura también :P)
-Está muerto-le dice ella, mirándolo a los ojos con ternura maternal-aceptalo. Nunca volverá. Nadie puede sobrevivir tanto tiempo solo ahí afuera, en tierras enemigas.
-No puede haber muerto-responde Remus con la negación de un adolescente.
-¿Por qué no escuchás razones?
-Porque sé que está vivo. Volveré en unos días y él vendrá conmigo.
-Es tu funeral.
El conjurador da la espalda a su interlocutora y comienza a caminar desde la escalinata del castillo Eferias, en la remota península syrtense.
El camino es largo y tedioso. Al mediodía se detiene en la playa y almuerza con unos aliados que cazan aquantis. Al ocaso se interna en el bosque de la muralla, una zona un poco más peligrosa, quizás, que las recias playas que dejó atrás poco antes.
Atraviesa ya en la noche los pasajes dominados por hombres lobos, hacia el fuerte Algaros, lugar escogido para el obligatorio descanso. Se acurruca en un rincón y contempla a los impasibles guardias que custodian la fortaleza. Medita en los cómo y los por qué de esta interminable guerra que tantas vidas inocentes ha mutilado. Reflexiona en su misión actual, en la búsqueda desesperada de un solo hombre.
Son días duros para el reino esmeralda. Las fuerzas están mermando. Las hordas enemigas poco a poco ganan terreno. La república peligra. El sueño de un mundo justo y pacífico puede evanescer de un momento a otro. El imperio de Alsius reclama los frondosos bosques, quieren los recursos. Y están teniendo éxito. Muchos aldeanos e incluso algunos guerreros del otrora poderoso reino de Syrtis se han aliado a la causa enemiga. Se amalgamaron para garantizar su supervivencia. “Traidores que no creen en nada, como diría él”, piensa el conjurador.
Por su parte la hermandad de Ignis cada día planea el asalto final sobre la gran muralla. Pretenden transformar Fisgael, la capital cultural del mundo, en una zona de catedrales dedicadas a sus insulsas y oscuras diosas.
El ejército syrtense está desmoralizado. Poco les importa ya el resultado final. Se resignaron. Se rindieron antes de caer. Necesitan algo que los motive a pelear.
Remus lo sabe. Y por eso va en busca del único hombre al que nunca vio rendirse ante nada. Pero eso fue hace mucho tiempo. En una época más simple quizás, donde la sola idea de una invasión era irrisoria y la actividad bélica se limitaba a cruentas escaramuzas en la zona en conflicto.
Lo encontraré-piensa-lo encontraré, lo devolveré a sus armas y me encargaré de tramitar su ingreso a Fuego De Fénix.
Al amanecer, el conjurador atraviesa el puente pinos, ya en tierra enemiga camina en silencio entre los árboles, con rumbo al gran pozo conocido como Golpe De Thorkul.
Tiembla al saberse rodeado de enemigos. Sabe que pueden atacarlo de un momento a otro. Aún así su paso es firme en la larga búsqueda.
Se topa con algunos de aliados, en su mayoría cazadores buscando enemigos débiles a quienes liquidar. Tiene suerte de no ser emboscado por alguna patrulla alsiria. Y eso le recuerda que aquel al que busca no cree en las casualidades.
A la siesta atraviesa el volcán dormido. No falta tanto, piensa ya harto del viaje.
El ocaso descubre al mago pisando la nieve de la península, de cara al imponente castillo Imperia.
El sitio más alejado del mundo. El último lugar en el que podría encontrarse un guerrero syrtense.
El único suelo tan silencioso como la muerte.
A distancia prudencial, lejos de la vista de los guardias, Remus conjura una centella y se adentra en las cavernas que existen en las montañas. Vaga durante horas en búsqueda de algún indicio, de algo que le indique la presencia tan anhelada.
Nada. Ningún ser vivo ha estado ahí en centurias.
Decepcionado sale a la nieve una vez más. Es medianoche y los gélidos vientos del norte azotan la delicada piel del conjurador.
En sus oídos silva más la naturaleza previniéndolo del mal venidero. Por instinto, sin girar la cabeza, mira a la izquierda. Entre los árboles, cubierto con restos de hojas y nieve, un arquero está apuntándole.
Escucha la cuerda tensarse. Escucha ambas respiraciones, la suya y la del oponente, a un mismo ritmo, al compás del universo. Sabe inevitable el inminente golpe de la flecha. No será tan rápido como para invocar un hechizo antes de que le disparen.
¿Qué hacer?
Remus conjura una barrera de energía, pero es muy lento. La flecha se incrusta en su hombro izquierdo. Valiéndose de toda su sangre fría encara al enemigo, que ahora sale de su escondite, y se prepara a disparar, otra vez. El segundo ataque es una flecha trucada. Confundir. El mago no puede concentrarse. La magia se esfuma. Y queda solo en medio de la planicie, a merced de un enemigo conocido, pero ignoto.
El enano arquero se acerca lentamente y sonríe. Apunta con cuidado y sin prisas directo al corazón. Sabe que no puede fallar. Es sólo un conjurador que se dedica a auxiliar a los guerreros. No tiene modo de defenderse.
“Ella tenía razón después de todo”, piensa Remus mientras toda su vida pasa por detrás de sus pupilas. “Este es mi funeral”.
El enano suelta la cuerda y la flecha se dispara con rumbo al corazón del syrtense, pero para su sorpresa no logra desplazarse más que unos cuantos centímetros. Una enorme y pálida mano la detiene velozmente. Alza la vista y contempla al guerrero que salió de ninguna parte.
Parece más una bestia que un hombre. Su cabello no ha sido cortado en mucho tiempo. Su barba parece de varios años. Tiene el torso desnudo en medio de la fría noche alsiria. Exhibe, no sin cierto orgullo, un centenar de cicatrices, pruebas fehacientes de la supervivencia a mil batallas.
El arquero retrocede. El guerrero avanza. Un flecha directo a las piernas. No la siente. Brama enfurecido, aturdiendo al enano. De un manotazo lo despoja del arco. Dos seguros movimientos del enorme bárbaro bastan para quebrar, a la vez, ambos antebrazos del alsirio que gruñe entre llantos y súplicas. Lo patea sin misericordia y lo toma por el pelo, arrastrándolo por la nieve varios metros hasta quedar frente al herido syrtense.
Toma posición detrás del abatido enemigo y rodea su cuello y cabeza de modo tal que una sencilla palanca hecha con los brazos será suficiente para partirle el cuello.
-¿Son los huesos de tus pecados tan afilados como para cortar esas viejas excusas?-murmura el guerrero y acto seguido da muerte al enano.
Remus lo mira con asombro. La confusión ya pasó. Ya de pie se concentra y se cura. Repite el proceso con la pierna del bárbaro.
Se quedan mirándose en silencio un momento. Luego el mago toma la palabra.
-Estás vivo-le dice, titubeando.
-¿Estás seguro?-responde el otro.
-Sí lo estoy, viejo amigo.
El bárbaro arquea la ceja izquierda. No pestañea. No muestra expresión en el rostro. Está muerto por dentro.
-Estás prácticamente desnudo... en este lugar no puede ser bueno. Vamos a esas cavernas, ahí podremos refugiarnos-le dice, tímidamente.
-Tengo un lugar donde dormir. Pero ya no duermo. Sólo puedo descanzar en la cruz. Seguí tu camino, Remus. La oscuridad espera por mí-responde, dándole la espalda a su antiguo camarada.
-Eso no va a suceder. Vine a buscarte. Te necesitamos.
-Nadie me necesita. Ya no soy un guerrero.
-Syrtis te necesita.
-¿Y acaso yo necesito a Syrtis?
-Es tu tierra. Sangraste por la esmeralda en nuestra bandera. No podés dar la espalda tan fácilmente.
-Serví a la patria. Y siempre me pregunto, ¿la patria de quien?
-Vamos...
-Nadie gana en estas guerras. Mientras un montón de niños mueren en los fuertes los nobles en Fisgael viven rodeados de placeres y lujos. No sirvo a su causa. Nunca más.
(Sigue en el otro post por limite de caracteres >_<)